Llevo ya mucho tiempo sin escribir y eso me inquieta. Es como sentir que la vida es menos productiva, que mi conexión con "el mundo" está dormida. Es una sensación rara, pero escribir le da un respiro a mi alma. Calma mis demonios (que por estos días son muchos) y a veces los acrecienta. Escribir para mí es un oficio necesario, es mi catarsis. Lo hago desde que tengo ocho años en mis diarios (ahora en blogs), día tras día. Y la verdad, no conozco a nadie más que lo haya hecho con esa constancia, rara para una chiquita de esa edad.
Hace unos meses decidí sacar esos cuadernitos de una cajita donde los tenía guardados. Estaban entre fotos y cartas de amigas del colegio. Cerrados con sus candaditos, todos cochinos, llenos de polvo, pero las hojas estaban intactas. Trece años de mi vida escritos. He leido cinco de ellos y ha sido una locura. Revolver cosas que ya había olvidado (o que decidí olvidar) ha sido irónico, triste, gracioso y en cierta forma, inocente. No se si para bien o para mal, me di cuenta que no he cambiado mucho. Claro, más años, más kilos, más canas pero el carácter sigue siendo algo similar: soñadora, cursi, impulsiva, medio estúpida y enamoradiza.
¿Cuándo me volví así?, pregunté y mi hermana me dijo: "No te volviste así, tu naciste así". Mi mamá que estaba al lado sonrió y concluyó: "Así eres y así siempre serás".
Y yo digo, Ni modo. ¿Por qué no contarle al mundo lo que sentía cuando era una niña?
No me pregunten porque lo hago. Creo que es un pendiente conmigo misma.
Así que ahí vamos.